VIVIR (así en mayúsculas), es un arte. No se trata sólo de andar para adelante, se trata en realidad de asumir el riesgo entero de entregarse a la vida, a nuestras decisiones y a nosotros mismos a full.

Tarde o temprano hay que aprender que nada de lo que nos pasa es culpa de los demás, que cada uno de nosotros tiene libre albedrio y que es mejor hacer uso de él de una forma coherente. La incoherencia termina devolviéndose en algún momento de la vida y con todas las de la ley. Cuidar de nosotros es fundamental, lo que comemos, lo que nos decimos a nosotros mismos, el trato que nos damos, la forma en que abordamos nuestra propia humanidad, construye la calidad de nuestros días.

Los dones que no utilizamos terminan por apagarse, los proyectos que no echamos a rodar terminan por volverse frustraciones. Si dejamos que las circunstancias apaguen nuestra luz, poco a poco dejaremos de creer en nuestro brillo, en lo merecedores que somos de una vida abundante. El pasto del vecino no es más verde que el nuestro, el pasto del vecino es del vecino y el nuestro es nuestro, único e irrepetible.

¿En dónde estaríamos hoy, o mejor, en qué cambiaría nuestro hoy, si optáramos por no dudar tanto de nosotros mismos, y convencernos de que somos seres brillantes?

¿Qué pasaría si cuando abrimos los ojos, nuestro primer sentimiento fuese de gratitud infinita por el momento presente y el instante de respiración que tenemos? ¿Qué pasaría si nos dedicamos 15 minutos al comenzar el día para conectarnos con Dios, con la energía universal, con el ser de luz que nos guía?

Cierra los ojos, respira y simplemente piensa que hoy, es un buen día para comenzar a vivir con la entera responsabilidad de asumir lo que somos, y construir día a día un presente lleno de luz.

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